En nuestra cultura occidental, heredera de la tradición griega y judeo-cristiana, la construcción de los géneros masculinos y femeninos se ha caracterizado por el papel hegemónico de los varones frente al secundario y auxiliar de las mujeres. El predominio del género masculino sobre el femenino (tan patente en muchas manifestaciones culturales, entre ellas el lenguaje) no responde a un orden causal sino a una interpretación androcéntrica del mundo, en la que “el hombre (el varón) es la medida de todas las cosas”. Esta forma (unívoca) de entender la realidad se transmite cultural y generacionalmente a través del proceso de socialización de género que consiste en una paulatina interiorización de valores, actitudes y creencias en torno a lo que es masculino o propio de hombres y femenino o propio de mujeres. El proceso de socialización es, por tanto, el vehículo a través del que las personas aprehenden el imaginario social de la cultura patriarcal.
El ser humano no percibe la realidad tal cual es, sino a través de las coordenadas que le marca su cultura, es decir, percibe la realidad a través de un filtro cultural. Uno de los filtros más catalizadores en Occidente es el androcentrismo. Lo que se denomina “realidad” no es un simple dato natural es, sobre todo, una construcción cultural articulada en un conjunto de representaciones o sistema de signos, convenciones y conceptos que organizan la percepción, la visión misma de la realidad.
Los valores son la piedra angular de cualquier cultura sobre la que se ponen en pie otros elementos. Los valores caracterizan la forma de conducirse y de actuar de las personas. Sus contenidos se traducen en normas e incluso en leyes y condicionan, cuando no determinan, la vida de los miembros de una sociedad.
Los valores en los que cada sociedad educa a sus miembros varía tanto de una sociedad a otra como de una época a otra, por eso no puede decirse que sean connaturales sino que son culturales, porque dependen de lo que cada sociedad en cada época y en cada lugar del mundo entienda como bueno o malo. Lo mismo sucede con lo que cada cultura, en cada época, define como característico de hombres y característico de mujeres.
Este proceso se inicia al comienzo de la vida del individuo y continúa hasta el fin de sus días. A través de la socialización el sujeto asimila las pautas comportamentales de la mayoría y aprende a conducirse conforme a ellas, conforme a la deseabilidad social.
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